Será el calor? O quizá la necesidad de desconectar unos días de lo que nos rodea, trabajo o cotidianidad, lo que nos empuja cada año por estas fechas a playas y zonas rurales, o simplemente cambiar el escenario habitual. Tomar conciencia de la naturaleza, fundirnos con ella, puede ser una preciosa medicina para el alma, ser parte del mar y de las olas dejándonos mecer en su vaivén nos puede ayudar a comprender el beneficio de aceptar lo que la vida nos trae, el descanso por unos momentos del esfuerzo que es nadar contracorriente, sabiendo que nuestras brazadas pueden servirnos para llevarnos justo al lugar donde queremos llegar. Elegir ese lugar. Observar sin prisa una puesta de sol, esperando paciente el momento mágico donde la luz, con sus colores más bonitos, nos dice que nos dará una nueva oportunidad mañana de intentarlo. Detenernos ante ese arroyo o ese rio que pequeño o grande fluye y aprender del agua como buscando su camino realiza el trazado necesario. Contagiarnos de olor a romero o a tomillo o simplemente descubrir como la vida echa raíces y si las cuidamos (y si nos cuidamos) crece. A veces con dolor sí, pero merece la pena. VIVE

Por Pilar Martínez Tierraseca. Presidenta de TALITHA

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Es fácil querer suprimir estos días del calendario, querer que ya se hubieran pasado, es lo que podemos escuchar de personas en duelo. Este sentimiento, este año, se incrementa a la preocupación por el contagio del covid aún muy presente en nuestras vidas.

Desde Talitha queremos recordaros que, vosotros, que estáis leyendo en este momento estas líneas, estáis vivos, y que cerca de vosotros aunque no estén en vuestra casa o en vuestro salón hay personas que os quieren.

Sea cual sea la opción que elijáis para celebrar estas fiestas, nuestros seres queridos que han fallecido están en nuestros recuerdo siempre, no olvidéis a los que si están e inventad cualquier manera para decirles que les queréis.

Tanto si compartís estos días con la familia, como desde la intimidad que nos da la soledad impuesta o elegida, INVENTAD VUESTRA MANERA DE CELEBRAR LA VIDA, de agradecer la suerte de haber tenido y la suerte de tener y querer a personas maravillosas.Hay tiempo para el recuerdo y hay tiempo para crear nuevos recuerdos.

FELIZ NAVIDAD

Mª Pilar Martínez Tierraseca.

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Endika, el amor de mi vida, mi ángel, mi motor, mi hijo, decidió dejar este mundo que ya no soportaba. Él que tanto amaba la vida. Ofrecía sin medida y regalaba siempre su sonrisa. Y nosotros nos quedamos aquí, sin entender nada, dedicados a honrar su memoria y su vida. Con el dolor de no haber sabido entender que el suicidio existía, subestimar su pena y su dolor, que ya son míos, anclados en mi alma.

Sí, soy superviviente de la tragedia de perder un hijo.

Maldigo la ignorancia y el tabú sobre su muerte.

Él se fue y me quedaron todos los supervivientes que le amaron, que esperan un «perdón» de esta sociedad insensible e ignorante, llena de prejuicios y reglas establecidas. ¿No será que es difícil aceptar la responsabilidad?  ¿Que es mejor esconder que reconocer?

Mis sobrevivientes y yo necesitamos que no se siga subestimando el dolor, que se abran los ojos y se sepa que tienen cinco veces más posibilidades de ser sobrevivientes a un suicidio que a cualquier otra pérdida no natural de un ser querido.

Sí, soy una superviviente.

Sólo espero que cada vez sean menos las que tengan que decir: sí, soy una superviviente.

Rosamari

El 10 de septiembre es el Día Mundial para la Prevención del Suicidio.

El suicidio es un tema duro de hablar, especialmente cuando se trata de alguien que conoces. Puede ser difícil saber cómo abordar el suicidio de una manera compasiva, y es posible que evites hablar con un sobreviviente de una pérdida por suicidio por temor a decir algo hiriente sin querer. Sin embargo, incluso si no eres un amigo cercano de la persona que está en duelo, es mejor demostrar que te preocupas por ella que evitarla por completo. Para alguien que ha perdido a un ser querido, tu apoyo, incluso si no es verbal, puede marcar la diferencia.

Qué no hay que decirle a un superviviente de pérdida por suicidio

Saber lo que no hay que decirle a un superviviente de una pérdida por suicidio es quizás más importante que saber de qué hablar con él. Antes de hablar con ellos, ten en cuenta las palabras, frases y actitudes que podrían resultar insensibles durante este momento tan difícil.

No digas que lo entiendes: incluso si también eres un superviviente de una pérdida por suicidio, tu experiencia no es idéntica a la de otra persona, y decir: «Sé cómo te sientes», puede resultar desdeñoso o desconsiderado. En lugar de hablar sobre tu propio duelo, espera a que la persona te pida tu consejo.

Abstente de dar consejos: no existe una forma correcta o incorrecta de afrontar una pérdida por suicidio, y la persona que está sufriendo la vivirá a su manera y a su propio ritmo. La persona no puede simplemente «superarlo» o “continuar con su vida” inmediatamente después de una pérdida por suicidio, y debe adaptarse gradualmente a una nueva forma de vida.

Evita las frases hechas y los clichés: alguien que está de duelo no puede consolarse con frases como «Está en un lugar mejor» y no querrá escuchar que «La vida continúa». Debido a que son genéricas, estas frases ignoran la angustia mental y emocional específica que la persona siente después de una pérdida por suicidio.

No le expliques el por qué ha sucedido esto: tú no lo sabes. Guarda tus opiniones sobre el motivo del suicidio y no hagas juicios como «Tomó el camino más fácil» o «Eso fue muy egoísta» o “Fue su decisión” … Nada de todo esto ayudará a alguien a sobrellevar su pérdida.

Evita hablar en exceso: una de las mejores formas de demostrar que te preocupas por el dolor de alguien es escuchar, no hablar. Ten en cuenta que es posible que el superviviente de una pérdida por suicidio no esté dispuesto o no pueda mantener una conversación, y que intentar llenar el silencio hablando continuamente puede ser abrumador para él. Permítele elegir el ritmo y el tono de la conversación, y si no quiere hablar no te lo tomes como algo personal.

Cómo apoyar a un superviviente de una pérdida por suicidio

Aunque conozcas bien a la persona, es posible que no estés seguro de cómo consolarla. Es normal sentirse inseguro o nervioso al hablar con ella, pero hay muchas formas de demostrar que te preocupas por su pérdida a través de lo que dices.

No tengas miedo de admitir que no sabes qué decir: «No puedo imaginar lo difícil que es esto para ti» y «No sé qué decir, pero estoy aquí para ti», son alternativas seguras al hablar con un superviviente de una pérdida por suicidio.

Pregúntale cómo se siente hoy en lugar de preguntar: «¿Cómo te sientes?». Responder a esto puede ser abrumador. Pregúntale cómo le ha ido el día. El duelo puede ser diferente de un día para otro, y tu amigo o familiar puede sentirse más capaz de explicar cómo se siente en un día determinado, en lugar de en general.

Menciona un recuerdo positivo de la persona que murió: si la conocías bien, recuerda lo que amabas de esa persona. No tengas miedo de pronunciar su nombre; eso le muestra al superviviente cuánto extrañas a su ser querido muerto. Menciona sus cualidades, comparte alguna anécdota bonita. Durante un momento tan doloroso, estos recuerdos alegres son reconfortantes para el superviviente de la pérdida por suicidio.

Pregunta si le puedes ayudar con tareas específicas. No es suficiente con decir: «Estoy aquí si necesitas algo»; esto no es útil, porque probablemente la persona en duelo no te pedirá nada. En su lugar, ofrece ayuda activa al superviviente de la pérdida por suicidio. Puedes preguntarle si necesita que alguien le haga los recados, haga la compra o lleve a sus hijos a la escuela. Ofrécete para acompañarle si tiene que resolver papeleo o cualquier otra gestión. Si no necesita ayuda con las tareas diarias, apreciará tu tranquila y amorosa compañía, y puede que se sienta un poco menos solo.

[Tomado de The Recovery Village. Traducido por Talitha] 10 de septiembre de 2021

Durante el duelo una persona puede llegar a sentirse increíblemente sola y abrumada. Si conoces a alguien que ha perdido a un ser querido, necesita tu amor y apoyo más que nunca. Hay muchas formas sencillas de ayudarle.

Qué puedes hacer

Puede ser difícil saber qué decirle a alguien que está en duelo. El miedo a decir algo incorrecto puede hacer que nos apartemos. Pero solo tienes que ser abierto, compasivo y estar dispuesto a ayudar, ofreciendo apoyo con tu presencia.

1. Comprueba cómo está

Haz un esfuerzo por comunicarte. Una llamada telefónica puede hacer mucho bien, o una invitación para tomar un café. Una visita puede significar mucho para una persona que está en duelo.

2. Comprender el proceso de duelo

La persona en duelo está navegando por una multitud de emociones terribles y difíciles, por eso es importante tener una comprensión general del dolor. Se experimenta tristeza, depresión, ira, ansiedad, soledad, vacío, desesperación y mucho sufrimiento. Los síntomas adicionales pueden incluir problemas físicos de tipo digestivo, muscular, cefaleas, trastornos del sueño, taquicardias y fatiga, entre otros. Si te tomas un poco de tiempo para informarte y comprender el proceso de duelo, sabrás cómo puedes ayudar.

3. Escucha más, habla menos

Cuando estás con alguien que está en duelo, suele ser difícil saber qué decir. Es posible que intentes hacer que se sienta mejor dándole ánimo y consejos, pero no lo hagas: en una situación como esta, no será de ayuda hablar mucho. Presta atención a su necesidad: lo más probable es que necesite hablar de sus sentimientos. Pero no lo hará si percibe que te sientes incómodo. No se lo impidas. Escucha sus pensamientos y expresa compasión por lo que está experimentando.

4. Déjale llorar

Uno de los aspectos más importantes del proceso de duelo es la capacidad de expresar una profunda tristeza y permitirse llorar. Al dejar que tu amigo llore le demuestras que comprendes que llorar es una parte importante del proceso de duelo. Puede ser tentador intentar animar a tu amigo o decirle que no llore, pero recuerda que es una parte importante del dolor y la curación. Cuando le decimos a alguien que no llore es porque nos sentimos incómodos al presenciar tal cantidad de dolor. Déjale llorar: es una parte necesaria del viaje.

5. Haga preguntas

A menudo, las personas dudan en hacerle preguntas a una persona que está en duelo, por temor a que se disgusten o decir algo incorrecto. No tengas miedo de hacer preguntas, ya que le permites hablar abiertamente sobre su ser querido. Pregúntale cómo se siente emocionalmente y escúchale con compasión y mimo. También puedes preguntarle cosas sobre su cuidado personal: cómo duerme y si está comiendo lo suficiente. Recuerda, no tienes que arreglar nada, no hay nada que puedas hacer para que el dolor de tu amigo desaparezca, pero tu presencia y empatía son muy importantes.

6. Ofrece ayuda práctica

Las personas en duelo pueden llegar a descuidar sus necesidades básicas. Ofrecer ayuda práctica puede salvarle la vida a tu amigo que está luchando para lidiar con las tareas diarias de la vida. Echar una mano en las tareas cotidianas es de muchísima ayuda: recados, comida, tareas de la casa, cuidado de los niños…

 7. Prepárate para acompañarlo en silencio

El dolor trae una enorme cantidad de emociones fuertes y, a veces, la persona en duelo necesita sentarse en silencio para recuperar la calma. Puede ser difícil acompañarle en silencio, porque sabes que tu amigo está luchando contra el dolor emocional. Resiste la tentación de llenar el silencio y haz un esfuerzo para dejarle espacio. Tu presencia es suficiente. Al estar ahí, sentados juntos sin decir una palabra, estás mostrando tu amor y apoyo. Tu presencia silenciosa puede ser más terapéutica de lo que crees.

8. Mantén el contacto

Al principio, las personas en duelo reciben atenciones, pero conforme van pasando los días, esas atenciones van disminuyendo. Hazle saber a tu amigo que estás pensando en él. Un breve mensaje, de vez en cuando, puede ser suficiente para que se sienta menos solo.

Lo que no se debe hacer

Hay varios comportamientos que se deben evitar con una persona en suelo. Incluso si se tienen las mejores intenciones, es fácil caer en decir o hacer cosas nada útiles. Aquí hay algunas ideas para manejar situaciones que pueden parecer difíciles.

9. No tengas miedo de hablar de la persona fallecida.

A veces, las personas tienen la idea errónea de que hablar sobre el ser querido fallecido molestará a los afligidos. La mayoría de las personas en duelo quieren hablar y pensar en su ser querido que ha muerto, lo que facilita el proceso de curación. Pregúntale por los recuerdos que atesora. Comparte los tuyos. Fomenta la conversación y los recuerdos. Y escucha con atención y cariño.

10. No intentes aliviar su dolor

El dolor no es un problema que se deba solucionar. No se puede. La persona en duelo solo necesita tu apoyo y presencia amorosa. Intentar hacer o decir algo para arreglar la situación solo hará que ambos os sintáis más impotentes. Recuerda que su pérdida es brutal y su dolor inmenso. Podría pasar bastante tiempo hasta que empiece a sentirse mejor, y si siente que estás intentando aliviar su dolor, puede comenzar a verse a sí mismo como un problema para ti, y perderás su confianza. Podría incluso aislarse y alejarse.

11. No infravalores su dolor

Reconocer el dolor es una de las formas más básicas y poderosas con las que puedes mostrar tu apoyo. No intentes disminuir su dolor diciendo: «Lo superarás pronto» o «Todo irá bien». La mejor manera de honrar los sentimientos y las experiencias de duelo de alguien es preguntarle cómo se siente y simplemente escuchar. Tratar de disminuir el dolor de alguien es una forma de quitarle valor a ese dolor, y solo le hará sentirse desconectado.

12. No hagas comparaciones con tu experiencia a menos que sea apropiado

Para identificarte con su dolor y ofrecer apoyo, es posible que tengas la tentación de hacer comparaciones con tus propias pérdidas. Sin embargo, es innecesario y, a menudo, puede generar frustración e ira en la persona que está sufriendo. Aunque hayas experimentado una pérdida, se cuidadoso cuando compartas o compares tu experiencia. Hazlo solo si la pérdida es muy similar a la de tu amigo. Hacer comparaciones inapropiadas sobre el dolor puede hacer que tu amigo se sienta minusvalorado.

13. No hagas comentarios sobre su aspecto

Los comentarios sobre el aspecto de una persona en duelo pueden ser dañinos. Evita decirle a tu amigo que parece cansado, deprimido o triste. O comentarios sobre si está más gordo o más delgado. Incluso los comentarios que pretenden ser elogiosos pueden hacer que se sienta juzgado. En su lugar, ofrécele apoyo y pregunta cómo puedes ayudar.

14. No le impongas tu fe o tus creencias

Puede que creas que compartir tus creencias religiosas o espirituales con una persona en duelo es una forma de ayudarla a sentirse mejor. Pero el resultado puede ser el opuesto. Solo si tu amigo te hace preguntas sobre tus creencias, compártelas abiertamente, pero sin presionar.

15. Evita las frases hechas y los tópicos

Frases como «Ahora ya no sufre», «Ella no querría que estuvieras triste», y otras por el estilo, deberían prohibirse en todas las conversaciones con personas en duelo. Estas frases se dicen con buenas intenciones, pero solo consiguen restarle valor a sus sentimientos. Lo mejor que puedes ofrecerle es un abrazo largo, un oído atento y una presencia compasiva. Ninguna palabra hará que el dolor de tu amigo desaparezca. No intentes decir lo correcto porque, sinceramente, no hay nada correcto que decir. El dolor lo consume todo. Lo único que importa es estar presente y ofrecer amor y amabilidad.

[Tomado de The Recovery Village. Traducido por Talitha] 26 agosto 2021

Hace unos días tenía muchas cosas que hacer e hice la comida a tal velocidad que me salté, sin darme cuenta, algunos pasos: me olvidé de la sal, del laurel, la cebolla no estaba bien sofrita… Un asco de lentejas.

Igual pasa en el duelo: si no das cada paso en el momento adecuado, o te saltas alguno, el resultado será un desastre: un duelo mal elaborado, un sufrimiento eterno que no te dejará ni respirar, te morirás de pena, te apartarás del mundo para siempre y tu vida será un asco. Como las lentejas.

Nos sentimos tan terriblemente mal, que queremos dejar de sentirnos así. Duele tanto que es insoportable. Y algunas personas se empeñan en hacer muchas cosas, hacer, hacer, no parar nunca. Sin pausa, sin respiro, llenando con actividad todos los huecos que han quedado vacíos. Para no pensar, para no sentir.

Imagina que te has fracturado gravemente una pierna. Te operarán, te escayolarán, tendrás que hacer reposo para que los huesos suelden bien. Cuando te quiten la escayola querrás recuperar enseguida tu autonomía, pero no vas a salir caminando como si nada hubiera pasado. Tendrás que hacer rehabilitación, ejercicios que irán subiendo de intensidad hasta que tu pierna recobre la fuerza y puedas caminar sin muletas. Y aún necesitarás un poco más de tiempo hasta que puedas correr y volver a sentirte «normal». Y esto no va a suceder sin dolor o saltándote pasos.

El duelo también es así. Necesitas reposar tu cuerpo y tu mente. Prepararte para permitir que todo tu dolor te atraviese, que recorra cada centímetro de tu piel, cada neurona de tu cerebro y cada fibra de tu corazón. Déjalo salir, que llore, que grite, que arañe. Tendrás que mirarte hacia dentro y tomar consciencia de tu nueva realidad. Trátate con amor, no te exijas más de lo que puedes. Estás atravesando lo que probablemente es el peor momento de tu vida, así que no te maltrates.

Comenzarás a dar pequeños pasos hacia delante. A veces sentirás que retrocedes, porque el dolor regresa cuando menos te lo esperas. No des pasos precipitados, no hagas cosas por hacer, sin ton ni son; busca solo lo que te proporcione cierto alivio, lo que te sirva para avanzar. Ten en cuenta que tu vida se ha detenido, y ponerla en marcha de nuevo no es sencillo. Pero también tendrás que darle un espacio y un tiempo al silencio y la soledad, para poder pensar en lo que te ha pasado, en cómo afecta a tu vida. Tu cuerpo y tu mente necesitan calma para poder procesar la muerte de tu ser amado.

Tu vida ahora va a ser diferente. Pero no se puede construir una casa con prisas y por el tejado. No corras, tómate el tiempo que necesites para aprender a vivir de nuevo. Pero tampoco te detengas para siempre.

Ama y ensancha el alma. 25 agosto 2021 Concha Moral.

«Al anochecer, el rey traicionado ordenó que le llevaran a otra doncella y a su esclava a sus aposentos. A medida que avanzaba la noche, la esclava dijo: “Señora, si no tienes sueño, cuéntanos un cuento para pasar la noche antes de que tenga que despedirme de ti al amanecer, porque temo el destino que te espera mañana”. A lo que Sherezade respondió inclinándose ante el rey: “Con el mayor de los placeres. ¿Me das permiso para contar una historia?”. Sorprendido, el rey asintió. Entonces Sherezade sonrió lentamente y dijo: “¡Escucha!”». Las mil y una noches.

Los cuentos populares están llenos de dolor. Por eso están llenos de medicina para el dolor. Una historia oral puede poner a las personas afligidas en contacto con fuerzas que han olvidado, con ancianos sabios que aún no han conocido y con sueños anhelados que acechan en los lugares sombríos de la mente. Los seres humanos piensan, perciben, imaginan y toman decisiones morales según las estructuras narrativas.

Las historias contadas funcionan como recetas para estructurar la experiencia. Las historias contadas no son pasivas. Afectan de forma activa y particular a cada oyente, tanto en el momento en que se escucha un cuento por primera vez, como después, en momentos inesperados que se repiten. Tolkien decía que el cuento hace que la persona que lo escucha recupere la respiración y que el corazón lata y se eleve. Los cuentos populares siempre han sugerido innumerables caminos para salir de los bosques oscuros.

¿Qué sabemos sobre los efectos curativos de la narración oral?

Hace mucho, mucho tiempo, existía un reino enmarañado en el que los hechizos y los encantamientos flotaban en el aire e impactaban con dureza en la noche. Aunque todo el mundo en este reino tropezaba con deseos mágicos, algunos elegían imprudentemente, por lo que se quedaban con oscuros remordimientos. Aunque todos podían encontrar segundas oportunidades solo alcanzando la luz de las estrellas, muchos se quejaban del esfuerzo. A pesar de que varios sabios ancianos moraban en las cercanías, la gente dejó de visitarlos y se lamentaba de la injusticia de la desesperanza. Los contadores de historias rara vez van a lugares donde no han sido invitados, así que dejaron de visitar este reino. Y así fue, hasta que un día, una cuentacuentos se perdió y encontró un camino hacia este retorcido reino. El rey y la reina se alarmaron y ordenaron cerrar todas las puertas y ventanas. La cuentacuentos se sentó en la plaza desierta de la ciudad e hizo una cosa desconocida. Hablando en voz baja, como si estuviera hablando consigo misma, comenzó a contar un cuento. Algunas de las palabras que pronunció eran negras y plateadas, otras eran azules y carmesí. Las palabras eran como el agua que sube y baja. Eran música que bailaba y flotaba. Cuando la narradora terminó, la gente se sorprendió al ver que estaban ilesos pero diferentes, y aquí es donde comienza nuestro cuento.

Hay un modelo de relato que demuestra que la narración de historias contiene múltiples funciones: 1. relacionales (formas de conectar a las personas); 2. explicativas (formas de conocer); 3. creativas (formas de crear la realidad); 4. históricas (formas de recordar); 5. de previsión (formas de visionar el futuro). Aunque la narrativa se ha recomendado como herramienta terapéutica en psiquiatría y psicoterapia, el uso específico del folclore y los cuentos de hadas ha recibido una atención limitada.

¿Cómo pueden ayudar los cuentos al proceso de curación?

Le diré algo sobre los cuentos.  Son todo lo que tenemos, todo lo que tenemos para luchar contra la enfermedad y la muerte. Silko.

El duelo y el luto se experimentan cuando las personas se enfrentan a problemas de pérdida, carencia y acontecimientos de despedida que afectan a sus expectativas, sueños y relaciones.  Sin embargo, la pérdida es inevitable. De hecho, algún tipo de pérdida puede ser necesaria en la vida.  Los cuentos populares están llenos de personajes que se enfrentan a la «falta» en sus vidas; a menudo el cuento se inicia por algo que falta y por lo que se llora. Los cuentos populares están llenos de despedidas no deseadas.  Estas despedidas son también desencadenantes de dolor, paralelos a los dolores insoportables de los oyentes de los cuentos.

Los relatos de otras culturas tienen funciones tanto pedagógicas como persuasivas. Recientemente se ha teorizado que escuchar historias puede tener efectos terapéuticos en el tratamiento psicológico de los traumas, ya que una historia oral se ofrece como un contenedor inmediato para los oyentes, en el que la emoción dolorosa puede ser «retenida» de forma segura, mientras se permite la acomodación del yo. Además, cuando una persona ha conectado con una historia concreta, los acontecimientos de su vida, que antes eran inocuos, pueden actuar en el presente como desencadenantes naturales en el futuro, trayendo la historia a la memoria. Las historias aumentan la capacidad de las personas para tolerar experiencias dolorosas. El fenómeno de la escucha de historias puede funcionar como una forma de medicina que se libera con el tiempo, difundiendo continuamente su efecto, mucho después de ser contadas. Las historias provocan intensos destellos de comprensión.

Inducir la relajación. Cuando los oyentes están relajados, se abren a una retención más activa de lo que se dice, se ponen menos a la defensiva y los procesos internos de sus propios cuerpos maravillosos comienzan a «curarse» (la presión sanguínea baja, los dolores se desvanecen, la respiración se vuelve suavemente rítmica, los latidos del corazón se ralentizan y las hormonas del estrés dejan de producirse).  El cuento hablado prolonga el trance de formas que el cuento leído en silencio no puede: las repeticiones, los ritmos de voz, los silencios, los susurros, todo ello favorece una relajación más profunda.

Motivar el cambio. Los pueblos indígenas de todo el mundo siguen contando historias ancestrales para evocar espíritus sanadores e inspirar el cambio. Se cree que las historias funcionan para abrir la mente a posibilidades creativas, cuando los relatos superan los valores, creencias y experiencias de las personas.  Algunos investigadores han descubierto que escuchar cuentos permite a la mente entrar en un estado de conciencia más profundo e imaginativo. Hay quien sostiene que, mientras la terapia tradicional de conversación para los problemas emocionales puede ser amenazante para algunas personas, la narración de cuentos puede ser una alternativa poderosa. «Mantener al público hechizado» se utiliza a menudo para describir el estado de cambio al escuchar un cuento bien contado, y algunos psicólogos afirman que las representaciones de cuentos contienen muchas de las condiciones necesarias para inducir trances. Una antigua enfermera convertida en narradora explica que el uso del cuento puede ayudar a establecer un entorno humano seguro, de ritmo más lento y receptivo, en el que los pacientes pueden sentirse más relajados y capacitados para expresar sus preguntas, preocupaciones y necesidades.

La escucha de historias. No sólo contar historias, sino también escucharlas puede tener beneficios específicos para la salud. Las investigaciones sugieren que los relatos pueden ser percibidos como útiles por las personas que sufren, dependiendo de si son negativos o positivos. La razón por la que una historia puede ser percibida como útil depende de la valencia (las historias negativas hacen que las personas se sientan afortunadas en comparación, las historias positivas se perciben como que ofrecen un mejor modelo de conducta y un sentido de esperanza). Esto sugiere que los relatos de enfermedad de los supervivientes de enfermedades similares pueden tener efectos curativos y reconfortantes más profundos para los pacientes recién diagnosticados. Por otro lado, alentar a las personas a contar un cuento (algo sencillo, por ejemplo, la historia de su nombre, de su enfermedad, de su pérdida) les ayuda a hacer la transición de oyentes a narradores de la propia historia de su vida, lo que les proporciona un sentido de misión, de identidad vital.

Comprobación de los efectos.  Se ha podido ver que el miedo, la ansiedad que una persona experimenta ante la muerte, la suya o la de un ser querido, se reduce al escuchar o narrar cuentos. Se cambia la perspectiva, ayuda a facilitar una curación emocional y espiritual al final de la vida, así como el intercambio de recuerdos.

Cuentos de enfermedades curativas

Hay quien afirma que la enfermedad es una llamada a las historias. Enfermar, de hecho, puede promover los relatos, al reparar el daño que la enfermedad provoca desde una perspectiva psicológica, y ayuda a redibujar los mapas de uno mismo a la luz de las nuevas circunstancias. Los relatos sobre la enfermedad son interpretaciones narrativas colectivas que alivian el estigma del comportamiento descentrado y los síntomas mediante la conversión al absurdo.

La enfermedad y la muerte desafían a nuestro ser existencial, y en este sentido, las narraciones autobiográficas y biográficas sobre la enfermedad, el tratamiento y la muerte nos ayudan a construir significados que den sentido a la vida y crear una narrativa coherente para lo que parece inexplicable. También ayudan a crear y recrear nuestro propio espacio dentro de la comunidad y a seguir conectados, volver a sentir apego emocional. Todo el mundo tiene una historia que contar, la historia de su vida. Y necesita ser escuchado y aceptado.

Hacia el reencantamiento de vidas destrozadas

En África Occidental, cuando una persona de la aldea enferma, el curandero le pregunta: «¿Cuándo fue la última vez que cantaste? ¿Cuándo fue la última vez que bailaste? ¿Cuándo fue la última vez que compartiste una historia?».

Un psicoterapeuta-cuentacuentos describe el trance de escuchar una historia como un estado de conciencia dirigido hacia el interior, de tal manera que los ojos pueden estar en el cuentacuentos, pero la conciencia se vuelve hacia el interior. Y esto ayuda a las personas a abordar información reprimida y dolorosa en sus vidas. Y en las narraciones autobiográficas, las personas se «vuelven a contar» la historia de su propia vida, de una manera que resulta más aceptable y de autoafirmación, desarrollando perspectivas alternativas, nuevas posibilidades.

Se sabe del poder curativo de la narración de historias, los beneficios del humor, la mejora de las habilidades de comunicación, la mejora de la comunicación de los médicos a través de actitudes de escucha positiva, la transformación de la cultura de un hospital a través del poder de la narración de historias, y la construcción de una comunidad de cuidado y apoyo en grupos informales e instituciones de atención de la salud.

Hace tiempo, la riqueza de una persona se juzgaba más por el número de historias que podía contar que por sus posesiones. Según este criterio, todos tenemos acceso a una gran riqueza. Las historias contadas proporcionan puentes temporales que permiten a los narradores y a los receptores de las historias replantear sus mundos ante pérdidas pasadas e imaginar un futuro sin sufrimiento, y a revalorizar sus vidas.

Incluso un rey violento que lloraba por sus ilusiones perdidas se curó un día gracias a la escucha de historias: la tradición oral cuenta que, mientras los cuentos nocturnos seguían desarrollándose, Sherezade tuvo tres hijos del rey. Tras mil y una noches escuchando cuentos, el rey dañado aprendió a amar y a confiar, perdonando la vida de la narradora y haciéndola reina. Entonces empezaron a disfrutar de la vida, hasta que fueron alcanzados por la Rompedora de Lazos y Destructora de Delicias (la muerte).

Autor: doctor Sunwolf

Fuente: https://storynet.org

Edición y traducción libre por Concha Moral





EL OLVIDO

He pasado toda la noche sin dormir, viendo,

sin espacio tu figura.

Y viéndola siempre de maneras diferentes

de como ella me parece.

Hago pensamientos con el recuerdo de lo que

es ella cuando me habla,

y en cada pensamiento cambia ella de acuerdo

con su semejanza.

Amar es pensar.

Y yo casi me olvido de sentir sólo pensando en ella.

No sé bien lo que quiero, incluso de ella, y no

pienso más que en ella.

Tengo una gran distracción animada.

Cuando deseo encontrarla

casi prefiero no encontrarla,

Para no tener que dejarla luego.

No sé bien lo que quiero, ni quiero saber lo que

quiero. Quiero tan solo

Pensar en ella.

Nada le pido a nadie, ni a ella, sino pensar.

Fernando Pessoa

 

Sentía que me estaba desmoronando. El sufrimiento era descomunal y supe que sola no podría. Cuando llegué a Talitha buscando ayuda una de las primeras cosas que pensé fue: «no puedo soportar este dolor, quiero dejar de sentirme así, pero tengo miedo de que eso signifique olvidar a Pepe». No recuerdo si llegué a expresarlo en voz alta a mi llegada, pero sí que ese tema lo tratamos más adelante.

Cómo explicaros lo que yo sentía por mi compañero. La admiración perpetua y la consideración infinita, las ternezas y los abrazos, rimas, chucherías, mensajes, masajes, atención indivisa, junto con el despliegue de un deseo y una ternura que tendían hacia el infinito. Con este amor extraordinario se corrigieron todos los desequilibrios. Y él me miraba y me decía que no podía creer lo afortunados que éramos.

Plenamente consciente de lo que he perdido, me miro a la cara en busca de los contornos de la ternura, del recuerdo táctil, su voz con un tono diferente para cada ocasión, su conversación inteligente y divertida. Y además era bueno. Sin menospreciar mis cualidades, las suyas me empujaban a ser mejor, a estar más despierta, a valorar lo pequeño, las cosas nimias y cotidianas que dan sentido y guían nuestra vida.

Pues sí: lo perdí todo. Ya no soy exactamente la misma persona y debo inventarme una nueva vida, aprender muchas cosas de nuevo. Tengo unas cuantas incertidumbres, inseguridades y miedos. Cada día necesito sacar la caja de herramientas que todos llevamos de serie y decidir cuál me va a ser útil hoy. Así que, ya veis, no es fácil y no sé nada del mañana. Pero sí sé algo con total certeza: cuando me encuentro mejor y tengo un día sin agujas en el corazón no es porque me haya olvidado de Pepe, sino porque su amor está en mi interior, recordándome que sólo tenemos una vida y que es un delito desperdiciarla. Sólo se olvida lo que no se ama.

¡Ama y ensancha el alma

Concha Moral

LA MUERTE DE MI COMPAÑERO

Cuando la muerte visitó mi casa, la devastación fue tan enorme que el mundo se volvió del revés, dejó de tener sentido y estuve al borde de la locura y de perder la vida. Me había visitado otras muchas veces, pero en esta ocasión se llevó el amor que yo más he querido nunca. Y el que más me quiso.

Perdida, sin rumbo, sin consuelo, muy pocas personas supieron tratar con mi desesperación. Y en su lugar yo tampoco habría sabido hacerlo. Y es que la mayoría de las herramientas que nos enseñan para lidiar con nuestro dolor y el ajeno se establecieron en nuestro sistema de creencias a una edad muy temprana. Y son incorrectas. Pocos serán los que tuvieron unos padres que se sentaran con ellos siendo niños para explicarles el dolor y cómo manejarlo de manera eficaz. La mayoría de nosotros vimos cómo nuestros mayores batallaban con los sentimientos de pérdida y lo que vimos se convirtió en la plantilla de cómo manejaríamos todas las pérdidas en el futuro. Mientras aprendíamos estas cosas, nunca nos dimos cuenta de que la mayoría de ellas tenían muy poco valor cuando se trata de abordar el dolor emocional, el propio y el ajeno, de una forma saludable.

Los estereotipos más comunes para manejar el duelo son: no te sientas mal, anímate, no llores, tienes que superarlo, el tiempo lo cura todo, sé fuerte, tienes que salir más, mantente ocupada…

Evidentemente estas “reglas de contención” que “debemos seguir” no surgieron para que tú te sientas mejor sino para que a los demás les sea más fácil tratar contigo. No dudo de las buenas intenciones de nuestra familia y amigos, quieren ayudar, pero la mayoría de ellos no comprenden cómo nos sentimos. Estos consejos que me daban coartaban mi necesidad de expresar mis sentimientos, y los reprimía hasta el punto de que me devoraban por dentro. Yo solo necesitaba ser acompañada, consolada y escuchada, que pudiera validar mi dolor en los ojos de otro. Pocos supieron hacerlo del modo adecuado (gracias infinitas) y la mayor parte del tiempo elegí la opción del autoaislamiento, pues, si no puedo llorar o desahogarme con alguien prefiero gritar y desgarrarme a solas. A veces me resulta más fácil evitar a los demás que lidiar con más consejos agotadores e irritantes. O también para evitar que me pregunten cómo estoy. Ellos quieren que sea fuerte porque les entristece —y en algún caso les incomoda— verme mal, y cuando me preguntan respondo: “estoy bien” o “voy mejor”, cuando en realidad lo que quiero contestar es: “¿de verdad quieres saberlo?”. Y sin olvidar que apenas nadie menciona a Pepe. No tengáis miedo a dañarme: necesito que hablemos de él tanto como respirar.

En nuestra sociedad se alaba el modelo de duelo sobrio, en el que todo el mundo comenta: “cuánta serenidad tiene, es fuerte, lo lleva muy bien…”, sin saber que mientras tanto estoy en casa con los puños apretados y con un cojín encajado en la boca para que nadie me oiga gritar.

Aunque no lo creamos, nuestro cuerpo tiene todas las capacidades necesarias para afrontar el dolor. Pero si reprimimos estas emociones o no realizamos ninguna acción positiva para enfrentarlas, a nuestro cuerpo no le queda más remedio que dar un reventón emocional y nos envía señales para informarnos de que hay un problema. Hay muchas formas en las que nuestro cuerpo nos avisa de que algo va mal. Yo padecí dolores de cabeza y musculares, insomnio, confusión, desarrollo de úlceras, sangrado, calambres, palpitaciones del corazón, tensión baja, pérdida de masa muscular, desmayos, vómitos, diarreas, falta de apetito, erupciones cutáneas, agitación, ansiedad, pánico, somnolencia, alucinaciones auditivas, falsos síntomas de infarto… Locura.

Disfrazar el dolor no sirve de nada. Hay que llorarlo, gritarlo, sacarlo del pecho. Es como el pus: debe supurar hasta que la herida quede limpia. Y si hemos cuidado bien esa herida nos quedará una cicatriz que seguro será sensible por siempre, pero la infección habrá desaparecido.

Ese sufrimiento inicial (la infección) es inevitable, hay que pasarlo, sangrarlo. Un puñadito de familia, amigos y Talitha estuvieron ahí dándome su tiempo y sus cuidados del modo en que yo necesitaba. Ese acompañamiento primero me ayudó a desahogarme, luego me proporcionó consuelo y finalmente empecé a salir de la locura. Poco a poco mi cuerpo dejó de sentirse enfermo y mi mente fue capaz de empezar a pensar y de activarse en otras direcciones. Entonces llegué a un estado de tristeza calmada, donde el amor agradecido y los recuerdos regresan puros, no contaminados por la desesperación infinita y el horror.

Aún me falta la alegría, pero voy recuperando el gusto por las cosas que me entusiasmaban y me levanto por las mañanas con más energía de la que he tenido en los últimos 18 meses, aunque de vez en cuando regresan los días terribles. Espero que la alegría regrese también porque la echo mucho de menos. Casi tanto como a Pepe. Estoy en ello.

¡Ama y ensancha el alma!

20 agosto 2020

Concha Moral

¿Cuántos órganos tenemos dentro del cuerpo? Yo empiezo a contarlos y como no los puedo ver me pierdo (vaya, creo que me he contado el corazón dos veces. Vuelvo a empezar).

El órgano que mejor me encuentro es la piel porque me la puedo ver. Sí, la piel es un órgano, el más grande que tenemos y con el que sentimos y percibimos el mundo de forma instantánea. Sentimos el calor de una caricia, los pies fríos de nuestro compañero, la fiebre de nuestro hijo, las arrugas en la cara de nuestra madre, el sudor después de hacer el amor, las uñitas afiladas de nuestro bebé, los dulces besos en el cuello, notamos cuando se deslizan las lágrimas por nuestras mejillas, cuando fruncimos el ceño y cuando se nos hacen arruguitas en la comisura de los labios a fuerza de sonreír.

En este tiempo terrible de COVID19 tengo la piel más hambrienta que nunca. Las medidas de precaución así lo requieren. Podemos charlar con nuestra gente, pero no es lo mismo. Llevo sin tocar y sin ser tocada desde antes del confinamiento. La última persona que lo hizo fue un ginecólogo al que ni siquiera conocía.

Me pregunto si los órganos se mueren de no usarlos. ¿Tendrá memoria mi piel? Cuando todo esto pase, ¿será capaz de acordarse de lo que es un escalofrío?

Pepe y yo solíamos repasarnos los lunares del cuerpo para ver si alguno había cambiado de forma y tamaño. Lo hacíamos como un ritual, tocando despacito la partitura, haciéndonos cosquillas, contándonos los agujeros negros de la galaxia de nuestra piel, esos en los que entras y todo es misterio. (¿Y quién me rasca ahora la espalda?)

Yo me acaricio y me doy masajes para mimarme, pero no es lo mismo. Es como cuando alguien me lava el pelo: el cuero cabelludo estalla en diminutos placeres no comparables a cuando me lo lavo yo misma. Mucho mejor lo primero, ¡dónde va a parar!

Pero hasta que volvamos a poder abrazar, tocar, sentir, besar, acariciar, dar masajes (y mensajes), pellizcar, oler otra piel, revolcarnos, apretarnos, contar lunares y lavarnos el pelo unas a otras, tendremos que conformarnos con nuestras propias manos. Es el onanismo de la piel.

Mientras tanto, por si acaso a mi piel le falla la memoria, seguiré entrenando, mimándome y tocándome, comprobando que estoy entera, repasando las viejas arrugas de felicidad, las nuevas de la tristeza. Y conteniendo las ganas de salir corriendo a la calle y abrazar a cualquier desconocido.

Puede que la piel sea una región finita pero cuando es acariciada se vuelve infinita, se expande, se curva, se prolonga. Espero que mi piel no se vuelva de lagarto prehistórico y pueda conservar la memoria de la seda. Ensayo echándome un baile abrazada a su guitarra. El próximo baile me lo echaré contigo.

¡Ama y ensancha el alma!

Concha Moral