¿Qué sabe un niño de la muerte? Su cuerpo tiembla, respira, desprende vida. Entonces, ¿qué sabe un niño de la muerte?

En uno de mis viajes conocí a una chiquilla de ocho años de bellos ojos enormes y alegres. Le pregunté:

—¿Cuántos hermanos y hermanas sois?

—Somos siete, señor.

—¿Y dónde están ahora?

—Dos de nosotros viven en el pueblo de al lado y otros dos se han ido al mar. Dos más, una hermana y un hermano, yacen en el camposanto de la iglesia. Y yo, que vivo con mi madre en la casita que hay junto al cementerio.

—Dices que dos de ellos están en el pueblo de al lado y dos en la mar. Entonces dulce niña, ¿cómo puede ser que seáis siete?

—Ya se lo he dicho, somos siete. Dos de ellos yacen bajo un árbol que hay en el camposanto.

—Pero entonces sólo sois cinco.

—No le entiendo, señor. Puede ir y ver sus tumbas ya cubiertas de verdín, una al lado de la otra, a doce pasos de nuestra casita. Suelo ir allí a tejer mis medias, doblar mis pañuelos y cantarles canciones. Y a veces, tras la puesta de sol, llevo mi fiambrera y tomo la cena allí. Mi hermana Jane fue la primera en morir. Yació en su cama gimiendo de dolor hasta que fue liberada de su sufrimiento. Así que la pusieron allí, y cuando la hierba estaba seca, mi hermano John y yo jugábamos alrededor. Luego llegó el tiempo de las nieves y John también murió. Ahora yace a su lado.

—Pero si dos de ellos ya no están, ¿cuántos sois entonces?

—Pues somos siete, señor.

—¡Pero dos de ellos han muerto!

—Ya lo sé señor, pero somos siete. Siempre seremos siete.

[Adaptación y traducción libre de un poema de

¿Qué sabe un niño de la muerte? Su cuerpo tiembla, respira, desprende vida. Entonces, ¿qué sabe un niño de la muerte?

En uno de mis viajes conocí a una chiquilla de ocho años de bellos ojos enormes y alegres. Le pregunté:

—¿Cuántos hermanos y hermanas sois?

—Somos siete, señor.

—¿Y dónde están ahora?

—Dos de nosotros viven en el pueblo de al lado y otros dos se han ido al mar. Dos más, una hermana y un hermano, yacen en el camposanto de la iglesia. Y yo, que vivo con mi madre en la casita que hay junto al cementerio.

—Dices que dos de ellos están en el pueblo de al lado y dos en la mar. Entonces dulce niña, ¿cómo puede ser que seáis siete?

—Ya se lo he dicho, somos siete. Dos de ellos yacen bajo un árbol que hay en el camposanto.

—Pero entonces sólo sois cinco.

—No le entiendo, señor. Puede ir y ver sus tumbas ya cubiertas de verdín, una al lado de la otra, a doce pasos de nuestra casita. Suelo ir allí a tejer mis medias, doblar mis pañuelos y cantarles canciones. Y a veces, tras la puesta de sol, llevo mi fiambrera y tomo la cena allí. Mi hermana Jane fue la primera en morir. Yació en su cama gimiendo de dolor hasta que fue liberada de su sufrimiento. Así que la pusieron allí, y cuando la hierba estaba seca, mi hermano John y yo jugábamos alrededor. Luego llegó el tiempo de las nieves y John también murió. Ahora yace a su lado.

—Pero si dos de ellos ya no están, ¿cuántos sois entonces?

—Pues somos siete, señor.

—¡Pero dos de ellos han muerto!

—Ya lo sé señor, pero somos siete. Siempre seremos siete.

 

[Adaptación y traducción libre de un poema de William Wordsworth (1770-1850), por Concha Moral]

 

 

 

 

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