LA PIEL
¿Cuántos órganos tenemos dentro del cuerpo? Yo empiezo a contarlos y como no los puedo ver me pierdo (vaya, creo que me he contado el corazón dos veces. Vuelvo a empezar).
El órgano que mejor me encuentro es la piel porque me la puedo ver. Sí, la piel es un órgano, el más grande que tenemos y con el que sentimos y percibimos el mundo de forma instantánea. Sentimos el calor de una caricia, los pies fríos de nuestro compañero, la fiebre de nuestro hijo, las arrugas en la cara de nuestra madre, el sudor después de hacer el amor, las uñitas afiladas de nuestro bebé, los dulces besos en el cuello, notamos cuando se deslizan las lágrimas por nuestras mejillas, cuando fruncimos el ceño y cuando se nos hacen arruguitas en la comisura de los labios a fuerza de sonreír.
En este tiempo terrible de COVID19 tengo la piel más hambrienta que nunca. Las medidas de precaución así lo requieren. Podemos charlar con nuestra gente, pero no es lo mismo. Llevo sin tocar y sin ser tocada desde antes del confinamiento. La última persona que lo hizo fue un ginecólogo al que ni siquiera conocía.
Me pregunto si los órganos se mueren de no usarlos. ¿Tendrá memoria mi piel? Cuando todo esto pase, ¿será capaz de acordarse de lo que es un escalofrío?
Pepe y yo solíamos repasarnos los lunares del cuerpo para ver si alguno había cambiado de forma y tamaño. Lo hacíamos como un ritual, tocando despacito la partitura, haciéndonos cosquillas, contándonos los agujeros negros de la galaxia de nuestra piel, esos en los que entras y todo es misterio. (¿Y quién me rasca ahora la espalda?)
Yo me acaricio y me doy masajes para mimarme, pero no es lo mismo. Es como cuando alguien me lava el pelo: el cuero cabelludo estalla en diminutos placeres no comparables a cuando me lo lavo yo misma. Mucho mejor lo primero, ¡dónde va a parar!
Pero hasta que volvamos a poder abrazar, tocar, sentir, besar, acariciar, dar masajes (y mensajes), pellizcar, oler otra piel, revolcarnos, apretarnos, contar lunares y lavarnos el pelo unas a otras, tendremos que conformarnos con nuestras propias manos. Es el onanismo de la piel.
Mientras tanto, por si acaso a mi piel le falla la memoria, seguiré entrenando, mimándome y tocándome, comprobando que estoy entera, repasando las viejas arrugas de felicidad, las nuevas de la tristeza. Y conteniendo las ganas de salir corriendo a la calle y abrazar a cualquier desconocido.
Puede que la piel sea una región finita pero cuando es acariciada se vuelve infinita, se expande, se curva, se prolonga. Espero que mi piel no se vuelva de lagarto prehistórico y pueda conservar la memoria de la seda. Ensayo echándome un baile abrazada a su guitarra. El próximo baile me lo echaré contigo.
¡Ama y ensancha el alma!
Concha Moral